mardi 26 octobre 2021

29 DE OCTUBRE DE 1933 EN EL TEATRO CDE COMEDIA DE MADRID.- FUNDACUIN DE FALANGE ESPAÑOLA !!!


 


Drapeau de la Falange Española de las JONS

Dans un article publié en Roumanie en Emil Cioran observera cependant le rôle paradoxal du catholicisme espagnol dans le développement de la révolution en Espagne : « Le catholicisme, écrit-il, fut pendant des siècles la seule respiration de l'Espagne. Un monopole spirituel qu'il paie cher aujourd'hui. Au commencement, il était plein de vie et jouait un rôle extrêmement actif (...) Mais avec le temps, il n'est devenu que forme et terreur (...) L'inadaptation de l'âme espagnole à un catholicisme ankylosé a donné naissance au divorce actuel. On ne peut pas faire de révolution en Espagne sans combattre le catholicisme. Et ce, par reconnaissance pour les cimes atteintes à travers lui ou, plus exactement, avec son aide »29.

La relation du Mouvement avec le fascisme a été explicitée dans une déclaration de José Antonio Primo de Rivera en  : « La Falange Española de las JONS n'est pas un mouvement fasciste, elle a avec le fascisme quelques coïncidences sur des points essentiels de valeur universelle ; mais elle développe chaque jour ses caractères propres et ainsi est sûre de trouver précisément selon ce chemin ses possibilités les plus fécondes »30. Ce que l'historien allemand Ernst Nolte commente ainsi : « Aussi était-ce plus qu'un stratagème quand il [Primo de Rivera] nia que la Phalange fût un mouvement fasciste et se refusa à participer au congrès fasciste international de Montreux »31.

Robert Paxton, dans une analyse de perspective comparative avec les mouvements fascistes européens, souligne trois caractères distinctifs de la Phalange : « Le premier caractère est sa ferveur catholique (...) Le deuxième est l'origine sociale élevée (« upper-class ») et l'excellente éducation du chef principal, José Antonio Primo de Rivera (...) Enfin, le fascisme de la première heure resta faible en Espagne, car le conservatisme catholique occupait la plus grande partie de l'espace politique disponible (...) En outre, le fascisme espagnol était aussi notable pour la vigueur de sa critique du capit.-


















CON RAIMUNDO, JEFE NACIONAL  

Y PILAR, HERMANA DE JOSE ANTONIO.-EN ARAVACA, HONOR A RAMIRO!!!












https://youtu.be/47EVK6G7wrQ


















Manuel Parra Celaya

El sueño inviable de Ramiro Ledesma

ASESINADO EN   ARAVACA  EN LAS AFUERAS DE MADRID EL 29 DE OCTUBRE DE 1936.-

He estado leyendo hace muy poco un interesante artículo de Juan José Coca titulado Apuntes para un sindicalismo solidario (revista Cuadernos de Encuentro nº 143. Invierno 2020), que parece conectar -salvando inevitables distancias temporales y enfoques- con una ya antiquísima aspiración de regeneración social. En dicho artículo, su autor elabora una propuesta de acción sindical para España, que se concreta en una respuesta ciudadana que proteja a nivel estructural a funcionarios, trabajadores, autónomos y PyMEs, a través de un nuevo enfoque del sindicalismo.

En un párrafo, el autor recuerda la frase Solo los ricos pueden permitirse el lujo de no tener patria, y la enlaza con una exégesis actualizada, dentro de una cosmovisión comunitarista, del sentido orteguiano de la patria: construcción intergeneracional del futuro…como una aportación intercomunitaria, incluso internacional -en alusión a trascender a un patriotismo europeo o hispano desde la perspectiva española-; la nación debe ser, por tanto, un concepto de solidaridad y subsidiaridad, ya que, tanto el capitalismo como el socialismo generan una desunión para los pueblos y para las personas[.-


La lectura de este artículo, y la consiguiente reflexión sobre su contenido, me han llevado a evocar, aunque sea mediante un increíble salto en el tiempo, aquel nacionalsindicalismo, que nunca se llegó a implantar en España, y cuyos balbuceos iniciales pueden centrarse en la fecha del 14 de marzo de 1931, cuando un grupo de jóvenes, a cuya cabeza figuraba Ramiro Ledesma Ramos, editó un periódico de título, inequívoco en cuanto a su intención, La Conquista del Estado.

En los años 60 del pasado siglo, el Círculo Doctrinal José Antonio de Barcelona hizo una edición facsímil de dicha publicación, con prólogo del Dr. Joaquín Encuentra Morer, Secretario General de la entidad; de este prólogo entresaco algunas ideas importantes: quienes componían la redacción de La Conquista del Estado eran un grupo juvenil en busca de horizontes nuevos, pero no tenían, por lógica, un cuerpo de doctrina completo y coherente, sino que abundaban las contradicciones; sin embargo, en el periódico se contenían unas ideas-fuerza para lo que aquellos jóvenes  entendían como tarea revolucionaria; concretamente, Ramiro Ledesma reflejó en el su profunda significación nacional y patriótica (…) y mostró asimismo sus afanes revolucionarios, su tendencia a la revolución social y económica, vinculándose en muchos aspectos a la actitud de la CNT; de hecho, La Conquista del Estado fue una emotiva mirilla caleidoscópica, cuya alma fue Ramiro Ledesma Ramos, que desempeñó un papel precursor: alumbrar las consignas de las futuras JONS, consignas que más tarde incorporó Falange Española de las JONS[2].

El sueño de Ramiro, que se puede detectar en todos sus escritos, se fundamenta en la necesidad de una revolución nacional, a la cual incorpora la dimensión sindicalista del movimiento proletario[3]; dicho con otras palabras, la nacionalización de las masas obreras como motor de una transformación radical de las estructuras socioeconómicas de España, liberando a esta de la miseria.

En los escritos políticos de Ramiro, desde los iniciales en La Conquista del Estado hasta los finales de La Patria Libre, se advierte el peso de su gran cultura filosófica y de los pensadores que más influyeron en él (Nietzsche, Spengler, Fichte, Heidegger, Sorel…); como marco de sus ideas. Aquella circunstancia histórica -tan distinta a la actual- se presentaba como inequívocamente revolucionaria y propensa a las grandes innovaciones por impulso juvenil frente a lo viejo y caduco; así, no extraña que el periódico ramirista volcara su atención hacia la Italia fascista, la Alemania nacional-socialista, la Rusia soviética, incluso hacia la Turquía de Mustafá Kemal o hacia las andaduras de Oswald Mosley; todas ellas parecían contener la búsqueda del protagonismo obrero en las tareas nacionales respectivas.

El biógrafo de Ledesma, Tomás Borrás, pone en la mente del joven Ramiro, con ocasión de la celebración familiar de la Nochevieja de 1930, estos pensamientos:

¡Si se pudiera infundir en las levas de los obreros independientes el sentimiento de que la tarea no debe ser otra que crear una España potente!¡Si se pudiera convencer a los ricachos, aunque en España son pocos, pero monopolizan el poder y el dinero, que hay que liberar a las gentes populares, en la ciudad o en la gleba, de sus cadenas de miseria, enfermedad, vida sin horizontes! Esta es la clase, De ella nacería un pueblo, una nación, un Estado, otra vez imperativos[4].

En el primer número de La Conquista del Estado (14-marzo-1931). Encontramos una miscelánea de temas que se refieren a la política nacional e internacional: El pavoroso conflicto del paro andaluz, La violencia y la política actual, la España que hace, la España que deshace…, pero lo más destacado es el Manifiesto que firmaron quienes componían el equipo de redacción; en él advertimos claramente la impronta del panestatismo mussoliniano, y el lenguaje empleado es de una clara desmesura semántica[5], pero vamos a fijar la atención en el epígrafe Estructura sindical de la economía, donde se recogen aspectos significativos de estos inicios del pensamiento ramiriano:

Nosotros lucharemos contra la limitación del materialismo marxista, y hemos de superarlo; pero no sin reconocerle honores de precursor muerto y agotado en los primeros choques (más tarde, afirmará que su antimarxismo es en el plano de la competencia revolucionaria); la sindicación de las fuerzas económicas será obligatoria, y en todo momentos atenida a los altos fines del EstadoEl nuevo Estado torcerá el cuello al pavoroso y tremendo problema agrario que hoy existe. Mediante la expropiación de los terratenientes. Las tierras expropiadas, una vez se nacionalicen, no deben ser repartidas, pues esto equivaldría a la vieja y funesta solución liberal, sino cedidas a los campesinos mismos, para que las cultiven por sí, bajo la intervención de las entidades municipales autónomas, y con tendencia a la explotación comunal o cooperativistaEstructuración sindical de la economía; Política económicas objetivaPotenciación del trabajoJusticia social y disciplina social.

En cuanto al apartado del Manifiesto que se titula Nuestra organización, destacamos el punto que afirma con rotundidad: Nacemos con cara a la eficacia revolucionaria. Por eso no buscamos votos, sino minorías audaces y valientes[6].

La atención y la esperanza puestos en el mundo del sindicalismo, y, en especial, al representado por la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), pueden rastrearse a lo largo de los veintitrés números de vida que tuvo La Conquista del Estado, hasta el postrero de 24 de abril de 1931; podemos hacer un rápido repaso a continuación.

En el número 4 (4-abril-1931) podemos leer: ¡Antes que nada la liberación económica! Ved nuestro programa social: sindicación obligatoria de la industria y entrega de tierra a los campesinos, así como el artículo -firmado por Hubert Lagardelle- El hombre real y el sindicalismoEl sindicalismo es el núcleo de un conjunto de obras engendradas por la vida del trabajo: obras de defensa, de asistencia, de solidaridad, de educación, de aprendizaje, de cooperación, etc.

El número 6 (18-abril-1931) contiene una llamada a los campesinos, y, significativamente, el número 8 (2-mayo-31) un suelto: Nos unimos a la petición que hace Solidaridad Obrera de que funcionen en las fábricas y talleres Consejos Obreros; el nombre del economista Bermúdez Cañete, uno de los firmantes del Manifiesto, es constante en el periódico y, en el número 10 (16-mayo-1931) destaca el artículo La revolución positiva.

En el número correspondiente al 23 de mayo, se contiene una entrevista unos minutos con el camarada Álvarez de Sotomayor de los Sindicatos Únicos, en la que se dice lo siguiente: Los Sindicatos Únicos -la CNT- movilizan las fuerzas obreras de más bravo y magnífico carácter revolucionario que existen en España. Gente soreliana, con educación y formación antipacifista y guerrera, es hoy un cuerpo de combate contra el artilugio burgués; no es extraño que, en el número siguiente (30 de mayo), con la firma de Aparicio se diga: Por algo el anarcosindicalismo español resulta invencible a los gobiernos que se ponen de espaldas del pueblo.

El título de camarada, que introduce Ramiro en el ámbito político y sindical frente al de compañero, se aplica a Ángel Pestaña en el número 13 de La Conquista del Estado (6-junio-1931): Gran camarada sindicalista. Ángel Pestaña habla en nombre de una fuerza obrera de indudable vitalidad. Y con afanes revolucionarios absolutos.

Como se puede ver, la atención a este sindicalismo revolucionario era una constante en las ideas de Ramiro Ledesma, que seguía persiguiendo el propósito de dotarlo de un contenido nacional español; el Congreso Extraordinario de la CNT merece toda una página en el número correspondientes al 13 de junio de 1931, así como en los siguientes. Es significativo al respecto el artículo La hora política. Nuestra angustia hispana del número 19 (25-julio-1931), donde se justifican las huelgas obreras: Por eso no necesitamos acudir a argumentos políticos para explicar la profusión de las huelgas. El panorama gobernante no ofrece a las falanges obreras ni a elemento alguno productor garantías de eficacia para el porvenir […]. Las huelgas son, pues, lógicas y el ímpetu revolucionario debe seguir a la orden del día.

No obstante, las esperanzas de Ramiro en cuanto a esta confluencia, bajo el prisma de lo nacional, con la CNT se van diluyendo, conforme la Confederación es copada por la opción anarquista. Así, en el número 21 del periódico, con la firma de Ramiro Ledesma, destacamos las siguientes palabras: Es de una ingenuidad seráfica estimar que el uso del nombre sindicalista nos une a organizaciones proletarias que con ese mismo nombre se conocen en nuestro país y que son lo más opuesto posible a nosotros. Por tanto, sin entregar a la barbarie de una negación mostrenca los valores patrióticos, culturales y religiosos, que es lo que pretenden el socialismo, el comunismo y el anarquismo, conseguirá mejor que ellos el Nacionalsindicalismo la eficacia social que todos persiguen. Y la primera página del número 22 (17-octubre-1931), bajo el título El predominio anarquista en la CNT, insistía en la misma denuncia: Esta gente, tan anacrónica y energuménica, se han ido adueñando por sorpresa de los mandos de una central obrera de la importancia de la CNT. Mucho más eficaces para la CNT han sido los viejos militantes: Pestaña, Peiró, Clará, etc.

Lo reafirma Ceferino L. Maestú Barrio: Cuando Ramiro escribía a finales de mayo sus expectativas respecto de la CNT y del Congreso era optimista. Lo visto le hizo ajustar más sus criterios. No obstante, sigue diciendo Maestú, siguió alabando a los hombres de la Confederación de tendencia social sindicalista y soreliana[7].

Información sobre las JONS en el único número de El Fascio (marzo-1933)

Lo que consiguió Ramiro Ledesma fue que se integró en las JONS -cuya creación se anunciaba en el número 21 de La Conquista del Estado- un grupo compacto de sindicalistas, desilusionados de la CNT y de ellos, algunos significados: Sotomayor, Olallay otros de base, combativos, como Pascual Llorente, que luego se distinguiría por su jonsismo violento[8]. Nicasio Álvarez de Sotomayor jugó un papel importante en la primera etapa de las actividades jonsistas y, más tarde, en los sindicatos falangistas.

No desistió Ramiro, sin embargo, de su intención, en la línea de considerar, como su maestro Ortega, que eran inseparables el problema de España y el problema obrero[9]. Mucho más tarde, en su Discurso a las juventudes de España, seguirá diciendo: La incorporación de los trabajadores a la causa nacional de España proporcionaría a esta perspectivas históricas enormes. No solo no se puede prescindir de ellos, sino que es necesario a toda costa extraer de la clase obrera luchadores revolucionarios[10]. Las JONS buscaron:

uno de los objetivos más difíciles del partido: hacer una brecha en el frente obrero marxista; es decir, conseguir la colaboración, el apoyo y el entusiasmo de un gran sector de los trabajadores […] Para ello, propugna una táctica de infiltración consistente, no en la creación de sindicatos en competencia con la UGT o la CNT que puedan debilitar o desmenuzar el frente obrero, sino que fomentaron la existencia de Grupos de Oposición Nacionalsindicalista que democráticamente influyeran en la marcha de los sindicatos y favorecieran el triunfo del movimiento jonsista, que sería también la victoria de todos los trabajadores[11].

En el canto del cisne de La Conquista del Estado, su último número, destaca, bajo el título Nuestras consignas, el siguiente párrafo:

Ya hemos dicho alguna vez que esta crisis es para nosotros más bien de gerencia capitalista  […] Solo polarizando la producción en torno a las grandes entidades protectoras, esto es, solo un Estado Sindicalista, que afirme como suyas las rutas económicas de las corporaciones, puede conseguirse una política económica fecunda  […] La sindicación oficial de productores y acogiendo a los portadores de trabajo bajo la especial protección del Estado. Las corporaciones, los sindicatos, son fuentes de autoridad, aunque la ejerzan por si, tarea que corresponde a los poderes ejecutivos robustos. Pues solo los sindicatos o entidades colectivas, tanto correspondientes a las industrias como a las explotaciones agrarias, se encuentra la articulación suprema de la economía, en relación directa con todos los demás altos intereses del pueblo.

En febrero de 1934 se acuerda la fusión de los movimientos de Falange Española y de las JONS; se incorporan las viejas consignas jonsistas al nuevo movimiento y , en el punto 7 del acuerdo, se puede leer: Elaboración de un programa concreto nacionalsindicalista, donde aparezcan defendidas y justificadas las bases fundamentales del nuevo movimiento: unidad, acción directa, antimarxismo y una línea económica revolucionaria que asegure la redención de la población obrera, campesina y de pequeños industriales[12].

Será más tarde José Antonio Primo de Rivera el que siga desarrollando, con más claridad y radicalismo, especialmente en los años 35 y 36, las propuestas revolucionarias del Nacionalsindicalismo, aunque sin la concreción necesaria desde nuestro punto de vista actual, imposible en aquellas circunstancias.

Pero la herencia de Ramiro Ledesma, aun desgajado de FE de las JONS, seguirá impregnando las líneas ideológicas; sí lo reconoce Miguel Argaya, por ejemplo, quien empieza calificando a Ramiro de jacobino y sustentado en influencias románticas, frente al clasicismo de José Antonio; por una parte, dice que bajo el fantasma treintista de un movimiento nacional y revolucionario se produjo el engaño, el espejismo de la convivencia (entre FE y JONS), pero luego reconoce que la retórica ramirista, así como ciertas vindicaciones de praxis social o económica, siguieron presentes en el discurso joseantoniano tras la marcha de su oponente. Lo que sí supera claramente José Antonio es el panestatismo de Ramiro, al fundamentar toda la ideología en un humanismo personalista de inequívoca base católica.

Continuaron, por parte de FE de las JONS, los intentos de atraerse a ciertos sectores sindicalistas de la CNT; las palabras de José Antonio en Barcelona, en la conferencia que pronunció el 3 de mayo de 1935 y que tanto escandalizaron a la burguesía, son sintomáticas; y continuaron los contactos con cenetistas e, incluso, seguía confiando en la captación de Ángel Pestaña, con el que, al parecer, hubo contactos y reuniones. Sandoval, en su Biografía apasionada de José Antonio, lo niega, pero Ceferino Maestú las asegura, con testimonios, y lo mismo hace Abad de Santillán, así como Carlos Rojas, este último centrando las conversaciones en Luys Santa Marina; por su parte, José M.ª Fontana Tarrats dirá: José Antonio se interesaba mucho por nuestros contactos con la CNT. En uno de sus viajes -precisamente en este de mayo de 1935- mantuvimos una charla y celebramos una cena con un grupo de directivos. No llegamos a nada, pero simpatizamos mucho. También asegura que hubo reunión con Pestaña, pero que fue un fracaso[13] En todo caso, la polémica histórica sobre el alcance de estas conversaciones debe ser objeto de otros trabajos, que dejo en manos de los historiadores.

La realidad y la evidencia es que el sueño de Ramiro, mantenido por José Antonio, no se hizo realidad; la guerra civil española dividió en dos bandos a los trabajadores españoles, aun bajo un común denominador del sindicalismo, por lo menos, por parte falangista en la zona nacional.

Tampoco, en los años 40 y dentro del Régimen de Franco, pudo plasmarse en algo práctico y duradero la aspiración de Gerardo Salvador Merino desde los Sindicatos oficiales, pero esto pertenece también a otras erudiciones históricas.

Hubo, eso sí, contactos entre antiguos cenetistas y hombres de la Organización Sindical en los años 60, procedentes del falangismo; puedo atestiguar que, como humilde espectador estudiantil, asistí en Barcelona a alguna de ellas, y me consta que no fue un intento aislado.

Aterrizando ya en la actualidad, cabría preguntarse si pueden tener algún día viabilidad los apuntes para un sindicalismo solidario del artículo de Juan José Coca con los que he comenzado este artículo. Y, en un plano más escéptico, me pregunto si, en los tiempos en que vivimos y con las nuevas características del trabajo y los avances de la tecnología, tiene algún futuro el sindicalismo. En todo caso, será un sindicalismo de nuevo cuño.

 

OPINIÓN

José Antonio. Por Eduardo García Serrano.-


Llamó a todos los españoles. A todos, sin distinción de clase social, de casta y de cuna, de gremio y de oficio. Los llamó a todos, pero, fundamentalmente, a los que por carecer de Pan y de Justicia no podían reconciliarse con la Patria. A ésos, los primeros. Y en verdad fueron ellos los primeros, los campesinos, los hombres de los olivos y las encinas, con las manos como sarmientos, que sudaban su pan duro, amargo y canijo sobre los surcos de Castilla los primeros que, con su vieja sabiduría sin latines, avizoraron la fecunda cosecha de sus palabras como sólo ellos saben olfatear el agua en un horizonte sin esperanza de lluvia. Les siguieron los estudiantes colmados de abstracciones filosóficas y de metafísica revolucionaria, que huían de una derecha artrítica y patriotera y buscaban el pálpito de lo que no encontraban en una izquierda que maldecía a España para construir el paraíso proletario.

Los campesinos y los estudiantes fueron los primeros, después llegaron los obreros urbanos, los trabajadores fabriles, los profesionales de todas las disciplinas, los profesores de todas las asignaturas y los soldados de todas las armas. No se conocían pero sí se identificaban en esa idea que vagaba en sus almas sin poder aferrarse a una sinapsis que iluminara su sentido y le diese un propósito... hasta que oyeron su voz.

Aquella voz que le dio fuerza de ley telúrica, sin más código que la genética de nuestra Historia, a los españoles que se ovillaban en el pesimismo, y que languidecían sin misión en los muros de la patria de Quevedo, desvencijados, sin almenas y sin centinelas. Su voz fue la corneta de la epifanía de la trinidad negada y perseguida por la izquierda y por la derecha: la Patria, la Justicia y el Pan. Se llamaba José Antonio. Se llama José Antonio. ¡Arriba España!

[1] Juan José COCA, Apuntes para un sindicalismo solidario, in: Cuadernos de Encuentro, 143 (2020) 52-63.

[2] Joaquín ENCUENTRA MORER, Prólogo a la edición facsímil de La Conquista del Estado, Barcelona: Círculo Doctrinal José Antonio.

[3] Salvador de BROCÁ, Falange y Filosofía, Salou: Unierop, 1976, 59.

[4] Tomás BORRÁS, Ramiro Ledesma Ramos, Madrid: Editora Nacional. 1971, 139.

[5] Salvador de BROCÁ, ob. cit., 107.

[6] Las citas de La Conquista del Estado han sido tomadas de la edición facsímil mencionada.

[7] Ceferino MAESTÚ BARRIO, Los enamorados de la revolución, Madrid: Plataforma 2003, 2021, 58.

[8] Ibíd.

[9] Salvador de BROCÁ, ob. cit., 223.

[10] Ramiro LEDESMA RAMOS, ¿Fascismo en España? Discurso a las juventudes de España, Barcelona: Ariel, 1968, 263.

[11] Antonio GIBELLO, José Antonio. Apuntes para una biografía polémica, Barcelona: Doncel, 1975, 187.

[12] Ibíd., 190.

[13] José María FONTANA TARRATS, Los catalanes en la guerra de España, Madrid: Graf










HISTORIA

¡88 AÑOS! Cumple el viernes la Falange que fundó José Antonio Primo de Rivera el 29 de octubre de 1933. Por Julio Merino

JULIO MERINO - 26 OCTUBRE 2021

“El Correo de España” se complace en reproducir la conferencia que hace años pronunció don Ramón Serrano Súñer sobre José Antonio, su gran amigo y compañero de estudios, y por su extensión al día siguiente publicaremos  la que en las “I Jornadas Ramón Serrano Súñer”, celebradas del 22 al 27 de octubre de 2013, pronunció el catedrático de la Universidad San Pablo CEU, don Alfonso Bullón de Mendoza.

 

Dentro de unos días se cumple un aniversario más de la Fundación de Falange española. Sucedió el 29 de octubre del año 1933 en el Teatro de la Comedia de Madrid y con tres oradores: García Valdecasas, Julio Ruiz de Alda y José Antonio Primo de Rivera, La sala estaba abarrotada y el ambiente muy cargado… pero el joven José Antonio, que aquel día solo tenía 30 años, ilusionó a los asistentes desde sus palabras de saludo:

“Nada de un párrafo de gracias. Escuetamente, gracias, como corresponde al laconismo militar de nuestro estilo”

Pero no quedó ahí el entusiasmo, porque según la Prensa y según sus amigos que esa noche estuvieron allí para apoyarle (Agustín de Foxá, Rafael Sánchez Mazas, Dionisio Ridruejo, José María Alfaro, Pedro Lain, Antonio Tobar) fue el mejor discurso de su vida.

Y puso de pie a sus ya camaradas cuando dijo: “Por último, el socialismo proclama el dogma monstruoso de la lucha de clases; proclama el dogma de que las luchas entre las clases son indispensables, y se producen naturalmente en la vida, porque no puede haber nunca nada que las aplaque. Y el socialismo, que vino a ser una crítica justa del liberalismo económico, nos trajo, por otro camino, lo mismo que el liberalismo económico: la disgregación, el odio, la separación, el olvido de todo vínculo de hermandad y de solidaridad entre los hombres”

Pero, llegado este aniversario no se me ocurre nada mejor como recuerdo imperecedero del hombre que ilusionó a la juventud de aquella España y que sigue siendo para muchos luz y faro de sinceridad política y de amor a España, que reproducir  las palabras que un día escribió su mejor amigo, Ramón Serrano Súñer, en una conferencia que pronunció con motivo del 20 aniversario de su muerte.

Texto conferencia

Mi amistad con José Antonio.

¿Pruebas de mi amistad con José Antonio? Sólo estas pocas: nuestra entrañable y conocida camaradería en los años universitarios; nuestra colaboración en defensa de las “Asociaciones profesionales” de estudiantes; algunas colaboraciones de tipo jurídico en los primeros tiempos de nuestra actividad como abogados. Cuando luego José Antonio iba a Zaragoza se hacía dirigir la correspondencia más íntima a mi casa en donde se alojaba. Cuando venía yo a Madrid, íbamos juntos a comer, a pasear, al teatro, cosas propias de amigos. Recuerdo que agobiado yo con la preparación de unas oposiciones sin el tiempo necesario, aislado en un piso libre en la calle de Hortaleza que la bondad de mis amigos López Roberts me ofrecía para estudiar en mejores condiciones, me localizó e irrumpió una tarde allí para llevarme al teatro “Maravillas” donde iba a cantar Raquel Meller, recién llegada del extranjero, sólo durante tres funciones. Aunque los dos teníamos por la genial “cupletista” (como entonces se decía) gran admiración, yo me resistía a perder unas horas de estudio, pero él me argumentaba, casi empujándome, que aquella distracción haría luego más fecundo mi trabajo. Nos fuimos en su “Chevrolet” hasta el teatro y al día siguiente, venciendo mi “indignación”, repitió la visita.

José Antonio fue testigo de mi boda, teniendo que desplazarse desde Madrid, en momento muy azarosos para él, a Oviedo, y me nombró, en mi calidad de “amigo de toda la vida”, albacea en su testamento. (Muerto su padre, me encargó que formulara un recurso en relación con la suscripción de los Alcaldes y la “Unión Patriótica”.) Cuando se anunció el día en que iba a plantearse en la Cámara el suplicatorio para procesarle por tenencia de armas, muy contrariado porque pensaba que en aquella fecha no podría estar en Madrid, me rogó que lo impugnara yo en el caso de que efectivamente él no hubiese podido asistir, y si por fortuna para él no resultó necesario que lo sustituyera, yo, rompiendo la disciplina de la minoría, voté en contra de su concesión. Entre muchas preocupaciones, decepciones y amarguras tuvo José Antonio algún momento de ilusión y de esperanza y proyectó una lista de Gobierno en la que yo era Ministro de Justicia, y en cambio no figuraba en ella un solo nombre de los que a su muerte se crecieron políticamente unos centímetros y se instalaron vitaliciamente en un poder que, según su confesión, no era falangista.

Entrevista Franco - José Antonio

Como es lógico, dada mi amistad con ambos, fui testigo e intermediario en las contadas entrevistas y comunicaciones –sólo dos y una carta– que tuvieron lugar entre Franco y José Antonio. Antes de que Franco fuera nombrado Jefe del Estado Mayor, el Ministro Hidalgo le había invitado a participar en unas maniobras militares –o a presenciarlas– que se celebraban en la zona del Pisuerga. José Antonio, ya muy preocupado por el sesgo que tomaba la política del país, me había hablado varias veces de él y más aún de Mola, insistiendo en que cualquiera de los dos eran los hombres que podían y debían realizar la operación quirúrgica para encauzar la vida del país, cuando aún era tiempo y sin recurrir a la sempiterna equivocación militarista de sustituir las fuerzas políticas por el Ejército. (El general Goded, en quien reconocía inteligencia y capacidad superiores, no le inspiraba simpatía por haber conspirado contra su padre). A juicio de José Antonio debía ser una simple operación rápida –sin sangre, o con poca sangre– que abriera las puertas a una experiencia política nueva. En la ocasión de las maniobras militares del Pisuerga, José Antonio creyó conveniente concretar esas exhortaciones en una carta dirigida a Franco, complementaria de otra más amplia que había dirigido al Ejército en general y en la que precisaba todo su pensamiento. Para hacerla llegar a su destino –en el delicado momento a que me refiero– movilicé a mi inolvidable hermano Pepe que podía hacer de mensajero sin llamar la atención pues por razón de su destino en Obras Públicas estaba encargado de aquellas carreteras).

José Antonio y Franco no habían tenido otro encuentro anterior más que al coincidir en mi casamiento, ceremonia en la que ambos fueron testigos. Sólo más tarde, en la proximidad de las elecciones de 1936, José Antonio quiso entrevistarse con Franco que en su día había recibido la carta a que vengo refiriéndome  sin demasiado interés. José Antonio estaba entonces obsesionado con la idea de la urgente intervención quirúrgica preventiva y de la constitución de un Gobierno nacional que, con ciertos poderes autoritarios, cortaran la marcha hacia la revolución y la guerra civil que, a su juicio, se haría inevitable si, como él profetizaba, perdían las elecciones las derechas e incluso si las ganaban. Me encargué de organizar el encuentro que se celebró en la calle de Ayala en casa de mi padre y mis hermanos. Fue una entrevista pesada y para mí incómoda. Franco estuvo evasivo, divagatorio y todavía cauteloso. Habló largamente; poco de la situación de España, de la suya y de la disposición del Ejército, y mucho de anécdotas y circunstancias del comandante y del teniente coronel tal, de Valcárcel, Angelito Sanz Vinajeras, “el Rubito”, Bañares, etc., o del general cual, y luego también de cuestiones de armamento disertando con interminable amplitud sobre las propiedades de un tipo de cañón (creo recordar que francés) y que a su juicio debería de adoptarse aquí. José Antonio quedó muy decepcionado y apenas cerrada la puerta del piso tras la salida de Franco (habíamos tomado la elemental precaución de que entraran y salieran por separado) se deshizo en sarcasmos hasta el punto de dejarme a mí mismo molesto, pues al fin y al cabo era yo quien los había recibido en mi casa. “Mi padre –comentó José Antonio– con todos sus defectos, con su desorientación política, era otra cosa. Tenía humanidad, decisión y nobleza. Pero estas gentes...”

(...) La ‘Falange’, como es sabido, había sido excluida de la alianza derechista que presentaba sus candidaturas en las elecciones de febrero de 1936. Las candidaturas de ‘Falange’, que entonces no contaba con masas, fracasaron, y José Antonio quedó sin investidura parlamentaria lo que, aparte de ser injusto, era sumamente peligroso para él en aquellas circunstancias, cuando ya estaba procesado y en prisión. Los estados mayores de la derecha recapacitaron sobre aquella situación y se acordó proponer a José Antonio como candidato para la segunda vuelta electoral (o elección parcial) que debía celebrarse en la circunscripción de Cuenca. Pero, deseosos de una mayor espectacularidad, se decidió unir en la misma candidatura el nombre de Franco y el de José Antonio. Con razón a éste le parecieron muy desafortunadas la ocurrencia y la combinación, no sólo por la idea que él tenía sobre la ineficacia de la presencia de Franco en las Cortes, falto, a su juicio, de toda capacidad oratoria y polémica, sino también porque la unión de los dos nombres en la misma candidatura le parecía una provocación excesiva al Gobierno, con lo que el triunfo electoral iba a resultar imposible. Un día me pidió que fuera a visitarle a la Cárcel Modelo donde se encontraba y así me lo manifestó sin rodeos rogándome que interviniera para conseguir cerca de Franco su exclusión de la misma. “Lo suyo no es eso –recuerdo casi literalmente sus palabras– y puesto que se piensa en algo más terminante que una ofensiva parlamentaria, que se quede él en su terreno dejándome a mí este en el que ya estoy probado.” Mientras José Antonio razonaba su punto de vista dirigiéndolo a mí con afectuosa serenidad, su hermano Fernando –hombre inteligente, serio, y su principal apoyo según varias veces me contó–, que se encontraba junto a él detrás de la reja del locutorio, apostilló con indignación y amarga ironía: “Sí, aquí para asegurar el triunfo de José Antonio no faltaba más que incluir el nombre de Franco y además el del cardenal Segura.”

Los dirigentes de “Acción Popular” comprendieron y aceptaron las razones de José Antonio y éste, haciéndose cargo de que habiendo dado ya Franco su aprobación para figurar en la candidatura el intento de su exclusión podía desairarle, me pidió que fuera yo personalmente a gestionar su renuncia voluntaria y con este fin me desplacé a Canarias. Salí muy temprano, a las 8 de la mañana, en un avión de la “LAPE”, aquellos aviones que tenían un fuselaje casi de cartón y madera con un pasillo central y un solo asiento a cada lado, correspondiéndome a mí precisamente el que estaba a la altura del de Negrín que iba a Las Palmas a visitar a su padre que era médico allí. Me saludó un tanto sorprendido y me preguntó –creo que reticente– si iba a hacer turismo a su tierra; contestándole, sin disimulos, que iba a pasar un par de días con mis cuñados. Poco rato después, habiendo yo terminado la lectura de los periódicos de la mañana, me dijo si quería algún libro para leer, y abriendo un pequeño maletín que llevaba junto a él me ofreció una edición muy cuidada de El Príncipe de Maquiavelo. En Casablanca, donde el avión hacía escala y almorzamos –bien por cierto, convidándome él “porque ya estábamos cerca de su terreno”, insistió–, tuvo interés en que habláramos de la situación política sin manifestar especial hostilidad hacia José Antonio, subrayando la “peligrosa actividad” a la que Calvo Sotelo estaba entregado para terminar diciendo: “Estos galleguitos son de cuidado.” Llegamos a Las Palmas y me presentó a su padre que le esperaba en el aeropuerto. No pude continuar en el avión hasta Santa Cruz de Tenerife porque el aterrizaje allí resultaba entonces casi siempre peligroso, como me explicó el piloto, que era Ansaldo, el mayor y más sordo de la dinastía, creo que se llamaba José, y era hombre muy simpático.

Caída la tarde embarqué en un vapor de la Transmediterránea que se llamaba Vieira y Clavijo, hoy ya desguazado según mis noticias. En las primeras horas de la mañana desembarqué en Santa Cruz de Tenerife. Me esperaba allí un oficial que me condujo a la Comandancia donde fui recibido con afectuosa curiosidad. Aunque la cuestión era delicada y difícil de plantear lo hice de la única manera posible: con claridad y también con afectuosa sinceridad, arguyendo que, aparte de la razón de prudencia que se imponía y de la mayor necesidad que José Antonio tenía para alcanzar un acta de diputado en el Congreso con las inmunidades consiguientes, a él –a Franco– no le haría provecho ni prestigio entrar en un juego para el que no estaba especialmente destinado, ya que la dialéctica del soldado se acomodaría difícilmente a las sutilezas y malicias del escarceo parlamentario y tendría que soportar, además, las desconsideraciones que allí eran habituales y, posiblemente, el fracaso si en sus intervenciones le envolvían algunos de los formidables parlamentarios del frente adversario con su indudablemente superior entrenamiento. Lo suyo no era eso y con las mismas palabras de José Antonio le argumenté que “si pensaba en algo más terminante que una ofensiva parlamentaria, lo más discreto sería que se quedara en su terreno y dejara a José Antonio este otro en el que estaba bien probado”. Con toda probabilidad estas consideraciones no dejaron de hacerle mella y la idea de verse desairado –como habría ocurrido– en un terreno que no era el suyo, le persuadió. Al principio de la conversación escuchó con algún nerviosismo y desagrado, pero la verdad es que no tardó en rendirse con naturalidad y creo que sin reservas.

Cumplida aquella misión, siguiendo encarcelado José Antonio, y al corriente yo de la conspiración, era lógico que procurase evitar el aislamiento de éste con respecto a lo que del movimiento militar podía esperarse, y así, cuando fue trasladado desde Madrid a Alicante –ya para cortar el flujo de visitas de sus amigos a la Cárcel Modelo de Madrid, como se adujo por algún personaje importante, ya para impedir que pudiera ser víctima de un golpe de mano de la extrema izquierda–, le visité allí en compañía de Mayalde y también continué la comunicación por medio de otro compañero de minoría parlamentaria, y del maurista Fermín Daza, buenísima persona, que simpatizaban con él.

 

Proyecto de golpe de Estado.

Sabido es que José Antonio no acababa de mostrarse optimista y confiado en relación con los planes que los militares iban concretando con absoluta autonomía. Consideraba él necesaria la intervención militar, pero le asaltaba el doble temor de que ésta se realizase entregando el poder a la derecha o dando paso a una situación semejante a la Dictadura militar de su padre. Tales temores le inspiraban reservas y vacilación antes de comprometer en el proyecto a las fuerzas falangistas que, como resultado del desastre electoral de la derecha, crecían en toda España. Su idea, mil veces publicada, era la de que España necesitaba una revolución de carácter socio-económico compatible con una fuerte reafirmación del espíritu nacional y no le parecía que tal necesidad fuera sentida por los políticos más visibles de la derecha (reconocía la capacidad de algunos como Calvo Sotelo, por ejemplo, pero no tenía con ellos afinidad de pensamiento ni de sensibilidad), ni pudiera ser bien interpretada por el arbitrismo al que siempre se inclinarían los militares si ellos tomaban la empresa en sus manos.

Le inspiraba alguna confianza Sanjurjo por su modestia y su valentía y porque lo creía bien inclinado hacia él. L inspiraba aprecio y confianza Mola, al que consideraba hombre metódico y racional: “Este hombre no parece un general español pues trabaja al estilo de un general alemán”, me dijo en una ocasión. Franco no le inspiraba simpatía ni mucha confianza, y quizá por todas esas causas, en los días inciertos que precedieron al Alzamiento de julio, José Antonio se aferraba más y más a su idea del Gobierno de concentración nacional que, con plenos poderes, pudiera impedir el conflicto trágico que ya se presagiaba y orientar al país hacia algunas reformas a través de las cuales se pudieran plantear las cosas de otro modo. ¿Era una utopía? Él lo consideraba posible y no veía otra solución. “No le des vueltas, Ramón, no hay otra fórmula para evitar el horror de la guerra que puede venir, que vendrá, estoy seguro, y que a todo trance hay que evitar. Es una solución clásica y un tanto gastada pero es la única: un Gobierno nacional en el que yo tendré que sentarme con Calvo Sotelo, con Prieto – sentarme junto a éste me resultará menos incómodo que tener otras compañías–, con Gil Robles... Cuando se haya conjurado el peligro ya veremos quién lleva el gato al agua. Hoy es esto lo que hay que proponer al Ejército: hay que contar con él para que apoye esta solución, pues de otra manera estamos perdidos y llegará la tragedia.” No es extraño que iniciada ya la guerra civil y aislado él en Alicante garrapatease en su celda los borradores con la lista de un gobierno de ese tipo que Prieto conservó y dio a conocer; y que, como consta en su proceso, se ofreciera al Gobierno republicano para mediar y atajar la sangría de cuyo desenlace no se prometía nada bueno.

No es menos cierto que consintió en que, finalmente, los falangistas participasen en el proyecto de golpe de Estado suponiendo que se trataría de eso, no de una guerra civil, y que él podría imponer de un modo o de otro sus puntos de vista. Se quedó en Alicante renunciando al proyecto de fuga –del que yo no tuve noticias precisas– porque, según creo, recibió garantías respecto a la seguridad del golpe en la región de Valencia. Por mi parte yo hice lo que pude para intentar que fuera trasladado a las cárceles de Burgos, de Vitoria o de alguna ciudad en las que creía más seguro que en Alicante y para ello hablé a Martínez Barrio –a la sazón Presidente del Congreso– invocando la antigua condición de diputado de José Antonio y la relación cortés de adversarios que entre ambos existió, pretextando para ello las malas condiciones sanitarias que principalmente con el gran calor de la temporada de verano ofrecía la cárcel de Alicante. Martínez Barrio  me oyó con atención y con amabilidad en la tribunilla desde donde presidía las sesiones, prometiéndome su ayuda. Esto era en el mes de mayo y en seguida me trasladé a Alicante donde pude comunicar con José Antonio por el locutorio de abogados. Encontré  José Antonio en aquel día de muy mal humor. Le hablé de lo tratado con Martínez Barrio diciéndole: “Mientras no se pueda obtener tu libertad esto sería un alivio para tu situación. El Presidente, Martínez Barrio –le dije–, me ha recibido con comprensión y cortesía dentro de la natural desconfianza; no sé si es que estaba pensando en lo mismo que yo: en tu mejor situación para el momento del estallido.” José Antonio –que agradecía con largueza cualquier acto de amistad especialmente en aquel tiempo difícil– me contestó con estas palabras que literalmente recuerdo: “No te ocupes de eso, la poca influencia que tengamos quiero que se utilice para sacar a éste de aquí –señalando a Miguel que con aire enfurruñado se había quedado un paso más atrás– porque éste no tiene nada que ver con lo nuestro”.

Los últimos días.

Cuando, fracasado el Movimiento en Valencia, José Antonio se queda aislado y llegan a él las noticias de que lo planeado como mero golpe de Estado se ha convertido en guerra civil, no se resigna al hecho, porque lúcidamente prevé sus consecuencias, y se ofrece al Gobierno republicano como mediador, dejando a sus familiares en rehenes. A tal fin prepara un manifiesto, analiza con pesimismo la situación, y arrostrando sin miedo el peligro, con entereza, señala los errores de un bando y del otro y propone como solución deponer las hostilidades; redacta un programa de gobierno y una lista de nombres para constituir, con carácter nacional, el que debe realizarlo y arrancar hacia una época de reconstrucción política y económica del país, sin persecuciones y sin acciones de represalia, que hiciera de España un pueblo tranquilo, libre y atareado.

Teme, frente a los excesos, atropellos y vejaciones de los republicanos, la desoladora mediocridad política del otro lado; los tópicos y la falta de un sentido nacional de largo alcance que conducirá, a la vuelta de unos años, otra vez, a la revolución negativa.

Luego viene el emocionante discurso ante el tribunal popular cuyos vocales políticos respondieron martilleando sí, sí, sí, un veredicto de condena a muerte. Se precipita la ejecución, sólo tiene ya tiempo de dejar aquel testamento sereno, cuidado y delicadísimo. Y el proceso de su vida se corta. Porque no es cierto q

ue haya habido sobre vivencia en lo que vino después. Hay sólo utilización y deformación.







   













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